miércoles, 17 de marzo de 2010

La mudanza




Chema Madoz


Me mudé con cautela, poco a poco, primero unas palabras bastante espaciadas en el tiempo, después unas pocas más. De un modo natural el tiempo se fue acortando entre los textos y un día me vi más donde estoy, que donde estaba.
Fue similar a esos noviazgos maduros en los que los cónyuges van de la casa de uno a otro, llevando la maleta consigo siempre, hasta que el desgaste de no pertenecer a ningún lugar les obliga a duplicar sus huellas. Una cuestión de comodidad se dicen los consortes uno a otro. Una forma de justificar la indecisión le dice la razón al corazón cuando nadie puede oírla.
También yo dejé dos textos iguales en ambas casas como quien duplica el cepillo de dientes. Y dejé mudas distintas pero escasas en la casa nueva. Durante un tiempo huí de una y de otra. Y colgué mis textos del aire y dejé que algunos se perdieran correteando entre mis neuronas, sin intentar transcribirlos.
Un día el sentido común me empujo hasta aquí. Una casa privada, nada expuesta. Una casa íntima donde esconderme.
He de confesar que no fue agradable descubrir que a nadie pareció importarle. Recuerdo que una vez leí un libro, no sabría precisar si de Vilamatas o de Auster, en la que el protagonista angustiado por su vida decidía huir, escapar de su cotidianeidad y esconderse en un hotel de un lejano país. Y descubría con zozobra que nadie le había echado en falta, nadie había salido a buscarle. Nadie se había hecho ni una sola pregunta sobre él y su desaparición.
Así fue también conmigo, descubrí mi invisibilidad mundana con asombro y cierta tristeza.
Hasta él, el que se suponía debía ser mi más ferviente admirador, no notó nada, no salió en mi busca. Fue difícil encajarlo al principio pero pronto me acostumbre a la nueva situación.




Chema Madoz