lunes, 25 de enero de 2010

La reina hipócrita


Ilustración de Chelsea Cardinal


La gente no cambia. Los vanidosos por pequeños que sean siguen siendo vanidosos, eso sí con el paso de los años se hacen más oscuros y amargos. Los confiados por poco confiados que sean siempre caen en la trampa que los vanidosos les tienden. Los que piensan que siempre hay alguien fabulando contra ellos siempre encuentran a uno u a otro inventando malevolencias con sus nombres. Y al final que más da, si el rumor de la tormenta toca una y otra vez, en la misma clave, la menor. Si el concierto de acontecimientos resulta siempre tan hastiosamente idéntico que aburre. Dijo Ambrose Bierce “lo que tú llamas morirse es simplemente el último dolor”. Dime ¿quién sabe con certeza cuantas veces morirá antes de ser enterrado? Me acusas de mentir, de ocultar la verdadera razón por la que me niego a quedar contigo para tomar siquiera un café. No sabes lo que dices, has perdido el juicio, pataleas como un niño al que acaban de quitarle su juguete. Yo ahora tengo una vida, otra vida y en ella soy feliz. Convéncete, nuestros caminos nunca más tenderán a cruzarse.
¿Quién de nosotros se miente?, te pregunto yo ahora, ¿quién?
Tal vez, me equivoqué al tomar la decisión de no decirte crudamente la verdad, de no decirte lo que sentía cuando me ponía tras un café frente a ti. Y lo hice por no importunarte, por no hacer de ti un objeto de análisis y disección, por no dejar en ti frases que como huellas marcaran una nueva ruta a tu infierno, ese que llenas con fabulaciones y estúpidas explicaciones inventadas. Ese que llenas por no enfrentarte definitivamente a la idea de que entre tú y yo, existe un vacío inabarcable. Ese que llenas por no decirte a ti mismo que aún intentas buscar un resquicio de aquel pasado, de la esperanza de que algún día tu vida sea como entonces la soñaste. Créeme nunca te ame y nunca lo haré.
Dices que has cambiado. Que un hombre que deja la cocaína y el alcohol se transmuta en un nuevo ser. Que ya nada es igual en ti. Que mereces una oportunidad y yo al no concedértela estoy siendo injusta. Y tú, te atreves a hablarme de justicia. Tú que durante todos estos años sólo has intentado manipularme a tu antojo, con el único fin de atraparme en tus sibilinas redes. Esas que tejes con tus reproches y con las semillas de la culpa judeocristiana.
Me maltratas psicológicamente, siempre estoy a merced de tus cambios hormonales, de tus arrebatos, has dicho. Y yo tragando saliva en silencio, he escuchado el romper de las olas del mar en mí acantilado. Llévate tu tormenta a otras lares, y convéncete, no tengo miedo a amarte, es sólo que no lo hago.
Me cansan tus arrebatos y tus insultos. Deja de mentirte y mírate al espejo, reconócete solo, solo con tus deseos de victoria, con tu idea de morir lejos de casa, en una isla del pacífico o desapareciendo románticamente como el gringo viejo. Me aburres.
Podrás gritarme y arremeter contra mí tantas veces como lo desees, nadie te lo impedirá. Imagina todo lo que quieras estás en tu derecho. Y en efecto, como tú dices, nada en el mundo cambiará porque me tome un café contigo. Claro que nada cambiará, porque nada cambia, ni siquiera mi muerte cambiaría en nada las cosas. Tú seguirías pensando en lo mismo, recreándote en ese gran amor que una vez sentiste y crees que ya no sientes. En esa pasión que viviste a solas. No hubo, ni habrá nada entre nosotros. Y si lamento algo y me siento culpable es por no haber vertido sobre ti mi rabia cuando no me creías al decirte que no te amaba, por no haberte abofeteado cuando lo merecías, cuando me faltabas el respeto. Lamento haberte cogido una y otra vez el teléfono, año tras año, pensando que esa vez las cosas serían distintas. Nada cambia amigo, nada cambia. Pero sabes, comprendo tu furia, que otra cosa podrías hacer para huir definitivamente de esa pasión que te obsesiona sino inventar un odio tan grande que me borre de la faz de la tierra. Pero lamento decirte que como escribió Ogden Nash, “cualquier muchacho de escuela puede amar como un loco pero odiar, amigo mío, odiar es un arte” y lamento decirte que tú, tú no eres un artista.

martes, 19 de enero de 2010

Unas horas en la peluquería




Pintura de Mery Sales


- Buenos días.
- Buenos días, tenía hora a las diez.
- A ver, sí eres…
- Sí, soy…
- Pasa y siéntate donde quieras.
- Dime tú, a mí me da igual una silla que otra. Y tú tal vez si tienes alguna preferencia. - Siéntate entonces en la de en medio.

Estamos solas, pero por poco tiempo. La peluquera se llama Noelia. Es pelirroja, con un corte de pelo moderno y liso. Me confiesa que cuando sale de la ducha lo tiene rizado pero ayer decidió estirárselo.

- ¿Estirártelo?, le pregunto.
- Sí, contesta, a veces hay motivos para hacerlo, ¿no? ¿A ti no te pasa?

Intentó contestarle pero no lo hago. Me digo a mí misma, muchas veces deseo poner la cabeza encima de la mesa y planchar mis pensamientos, pero con el pelo, con el pelo nunca... me interrumpe.
Ayer un amigo, rectifica, su novio, intuyo que llevan poco tiempo, y ella aún no siente la relación como estable, se la jugó en un restaurante. Ella había decidido invitarle a cenar y cuando todo acabó, al disponerse a firmar la cuenta, el chico, su novio, dijo sin pensarlo:

- Esa firma no se parece en nada a la de tu dni.

El camarero que está de pie esperando, le escucha y vuelve a pedirle el carnet a la peluquera. Noelia saca todos los colores que tiene guardados y avergonzada pinta su rostro como los indios, pintura de guerra. Tiende ambas tarjetas y espera a que el camarero compruebe la autenticidad del documento.

-¡Que vergüenza!, piensa.

Imagino que es ese el momento en el que su pelo pierde los caracoles. El camarero le recrimina que la tarjeta bancaria no está firmada por detrás. Un tierra trágame con eco, resuena entonces. Ella nunca presta atención a esos formalismos, me confiesa. Tras un silencio incómodo, el camarero por fin decide pasar por alto el incidente y le devuelve el dni y la tarjeta. Ella espera y cuando el camarero les da la espalda, a ella y a su nuevo novio, le da un cachete al chico, pero tú...

Llega entonces el dueño de la peluquería junto a su hermana, que también trabaja allí. Ella que es flaca como un suspiro y blanca, blanca como las nubes, no corta, ni tiñe, ni lava, barre los pelos y escribe en fichas las historias de los clientes. Anota el nombre e inventa lo que se le ocurre. Anota: Morena, ojos tristes, llega en un día gris en el que la temperatura marca nueve grados. No parece haber tomado zumo de naranja. Parece preferir el té al café. Le gustan las tostadas de pan de cereales, con sésamo crudo y miel… y últimamente no recuerda sus sueños.

viernes, 15 de enero de 2010

Gringo Viejo



GRINGO VIEJO: Me he comportado vilmente, pobre capitán, él sólo pretendía impresionarnos con su valor ante la muerte. Quería demostrarnos que podía morir con gallardía. Resulta casi divertido pensar que no podía ocurrirme a mí, porque yo no estaba preparado. Pero ha merecido la pena sólo por verla a usted. Ha estado espléndida. Su apasionado interés por salvarme la vida ha sido muy halagador. Estoy profundamente conmovido.

HARRIET:
Es usted intolerable.


GRINGO VIEJO:
Toléreme, toléreme por favor, se lo suplico. Ha pasado tanto tiempo desde que alguien lo intentara. Oh, antes las mujeres suspiraban, hinchaban el pecho, que hermosas eran. Yo suponía que siempre estarían ahí, suspirando en mi bigote, pendientes de mis miradas. Esperando un gesto mío. Pero todas se han ido, no han esperado. Supongo que no llegue a inspirar el suficiente amor a ninguna de ellas.


HARRIET: ¿Qué es lo que era?

GRINGO VIEJO:
¿Qué que era, el qué?


HARRIET:
¿Qué es lo que hacia para que suspiraran? Nunca he suspirado por un hombre.


GRINGO VIEJO:
Verá, cuando no era más que un chiquillo soñaba que haría cosas que cambiarían el mundo y una noche, tendría unos dieciséis años, le prometí a una muchacha que haría algo grande, realmente grande, por lo que le resultaría imposible no amarme. Y que después volvería en busca de ella. Bien, ¿Qué es lo que piensas hacer, exactamente? Escribiré el poema más hermoso que nadie haya escrito jamás. Un poema que haga que la gente lloré de felicidad. Ame con desesperación. Que comprenda cual es el significado de su existencia en la tierra. Oh, no, dijo. No puedes escribir un poema así. Nadie puede. Le dije, tú espera. ¿Durante cuánto tiempo?, me contestó ella. Y puesto que era un chiquillo, cada hora me parecía llena de posibilidades ilimitadas. Yo le dije sólo por poco tiempo. He escrito durante cincuenta años. He escrito cada día de mi vida, sin excepción. He escrito y escrito. He escrito durante largas noches de insomnio. En países extranjeros, en salas de prensa llenas de enemigos. He escrito mientras mi juventud se desvanecía y mientras el amor me traicionaba. Hace muchos años que olvidé su cara, el color exacto de sus ojos, la precisa línea de su boca. Pero hoy con la espalda contra aquel muro, la he visto a usted y he sabido que usted era ella y que el único lugar de la tierra dónde podía haber escrito aquel poema hubiera sido entre sus brazos. Dios mío, como deseo besarla. Eso es lo que hacían, lo ve, acaba de suspirar.


AMBROSE BIERCE, GRINGO VIEJO - Gregory Peck

HARRIET – Jane Fonda


Diálogo perteneciente a la película GRINGO VIEJO (1989) de Luis Puenzo con la que ganó un óscar. Basada en la novela homónima del escritor mexicano Carlos Fuentes (1985) El guión de la película está escrito por Luis Puenzo y Aída Bortnik.


viernes, 8 de enero de 2010

Doblando recuerdos



Perspectiva , 1949 fotomontaje de Grete Stern



Saca la caja del año pasado y con los dedos revuelve en ella. Encuentra un pequeño martes de abril que había olvidado. Un martes que amaneció soleado y poco a poco, se fue tornando gris hasta que llegada la noche fue borrado con una gran tormenta. Lo levanta y lo mira, aún gotea. Lo deja caer en la mesa. Estira de la esquina de un bonito día de mayo que se resiste a salir de la caja, está enganchado a una fea tarde de octubre, ese si lo recuerda, lo mira al trasluz. La radiografía de su esqueleto le muestra claras las veinticuatro horas. Un desayuno con tostadas, un par de meriendas, el comienzo de una serie de televisión y unos suaves ronquidos en el brazo del sillón abrazada a un pesado libro. Sonríe.

Remueve el fondo e intenta sacar toda una semana de noviembre… llaman al timbre y la interrumpen. Atiende a la vecina que tan sólo la entretiene un par de minutos. Regresa impaciente a la caja y coloca allí esos instantes, fechados y etiquetados ya con el nombre de la vecina, el número de la puerta en la que vive y el color de su pelo. Y sigue su búsqueda. Intenta localizar la semana de noviembre y aunque busca y busca no lo consigue, se lamenta, era una de sus favoritas. Aparta un par de días de enero que estornudan al pasar su dedo índice sobre ellos, llevan atados unos clínex que ondean como banderas.

Poco a poco agrupa los días en semanas y estos en meses. Hasta que se cansa. Entonces cuidadosa toma los días que ha esparcido sobre la mesa y los va doblando. Los mete de nuevo en la caja y apaga la luz.




Artículos eléctricos para el hogar, 1950 fotomontaje de Grete Sterne


Ambos fotomontajes pertenecen a la serie "Sueños" que la fotógrafa alemana realizó por encargo para la revista femenina "Idilios", donde semanalmente Grete ilustraba una sección dedicada a las consultas que realizaban las lectoras para que les interpretasen sus sueños.