jueves, 31 de diciembre de 2009

Un día de lluvia



La lluvia no cesaba y aunque sus pasos eran rápidos nada evitó que su pelo recogido en un moño se mojara. Entró para protegerse de la lluvia en la misma librería que la tarde anterior había visitado. Se acercó a las mismas estanterías que había ojeado y comenzó a buscar. Intentaba encontrar el título sugerente y onírico que el día anterior le había llevado a coger el libro que ahora buscaba.
No recordaba ninguna pista que pudiera acercarle a él. Tan sólo recordaba que el autor era argentino y amigo de Apollinare. Intentó rememorar y centrar su posición frente a las estanterías. Tal vez colocándose en el lugar oportuno la regresión y la búsqueda serían más sencillas. “¿Consejos para durmientes…?”, no. ¿Empezaba el nombre por la “i”?, tampoco.
Entonces una jovencita de unos 16 años la empujó y pidió disculpas después de hacerlo. Cogió la escalinata que permitía alcanzar los libros de la última balda y le dijo a su amiga que debía elegir entre dos libros. La chica bajó sosteniendo en la mano derecha un libro de Emily Brönte “Cumbres Borrascosas” mientras su amiga mantenía con ambas manos “Las olas” de Virginia Woolf.

- ¿Cuál?, preguntó la chica morena que había subido las escaleras.

Un señor con gabardina beige y de avanzada edad, que ojeaba libros cerca y había observado la situación se dirigió a las chicas e intentó ayudarlas a elegir.

- Mejor el de Virginia Woolf, respondió el caballero.

Las jóvenes le miraron recriminándole el atrevimiento. Era un desconocido y que le importaba a él, que libro iban a comprar. La chica morena le contestó molesta.

- No es para nosotras es para mi madre.

El señor atento, les advirtió que “Cumbres Borrascosas” era un libro muy conocido y que probablemente ya lo tendría o lo habría leído. Y les sugirió que lo compraran en bolsillo sería más económico.
La chica indignada le dijo que no, se trataba de un regalo y en ese caso siempre era mejor la tapa dura.

Al otro lado de la escena estaba ella, con el moño goteándole y distraída de su búsqueda. Pensó en lo que acababa de decir la joven y al mirarla creyó ver a la madre de ésta dándole ese consejo a su hija. Ese consejo que la ayudaría a guardar las apariencias y a quedar elegantemente en un mundo en el que aparentar es ya casi más importante que ser.
El señor se dio cuenta por el tono de la respuesta de la joven que estaba molestando y se calló. La chica del moño le observó mientras se movía lentamente para alejarse de aquella situación. Cuando el hombre pasó por su lado, ella cortésmente le dijo en voz baja.

- Yo también opino como usted.

El caballero hizo un ademán y espero a que las jovencitas se alejaran hacia la caja, después de haber depositado “Las olas” en su lugar correspondiente. La chica del moño pensó que tal vez si aquel hombre no hubiera dicho nada Virginia hubiera tenido alguna posibilidad de ser comprada y tal vez leída. El caballero se dirigió a ella y dijo:
- Las cosas han cambiado mucho. Los jóvenes ya no son como antes dijo refiriéndose a lo molestas que se habían sentido las chicas por sus palabras. Y continúo, el otro día les pregunté a mis alumnos si conocían a Simenon. De los treinta y cinco, ni uno había oído hablar de él. Después les pregunte si conocían a un tipo llamado Franco. Y todos respondieron contentos que sí.
- Que triste ¿verdad? dijo la chica del moño y añadió pero no crea que los de mi edad si lo conocen.

Los dos se miraron, guardaron silencio y cada uno siguió su camino, cada uno en su búsqueda particular de un libro. Minutos más tarde el caballero volvió junto a la chica del moño y le dijo:

- Veo que es usted una mujer interesada en la lectura. Si le gusta Muñoz Molina no se pierda su último libro. Para mí “El jinete polaco” es una de sus mejores novelas y éste último sigue el tono de aquel. Es esplendido.

La chica del moño goteante asintió y le vinieron a la cabeza “El dueño del secreto” y “En ausencia de Blanca”, aunque había leído algunos títulos más del maestro de Jaén. Antes de que el caballero se alejara nuevamente la chica del moño le preguntó:

- ¿Es usted profesor de literatura?
- No, por Dios. Soy profesor de derecho, de derecho financiero. Soy un rara avis, ya lo ve.

El caballero sonrío cortésmente y se alejó. La chica del moño siguió con su búsqueda un rato más y pronto se dio por vencida. Antes de salir de la librería buscó con la mirada al caballero que hablaba y reía con uno de los libreros. Cruzaron una última mirada y ella salió del local.
La lluvia había cesado y aunque el suelo estaba más gris que antes y el cielo más mojado, no pensó que no había encontrado el libro sino que esa búsqueda como su realidad misma había quedado en suspenso.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La durmiente


Te seguiré hasta el final te buscaré en todas partes
bajo la luz y la sombra en los dibujos del aire
te seguiré hasta el final te pediré de rodillas

que te desnudes amor te mostraré mis heridas

y con las luces del alba antes que tú te despiertes
se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

te seguiré hasta el final entre los musgos del bosque
te pediré tantas veces que hagamos nuestra la noche
te seguiré hasta el final con el tesón del acero
te buscaré por la lluvia para mojarme en tu beso

y con las luces del alba antes que tú te despiertes
se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

y cuando todo se acabe y se hagan polvo las hadas
no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada

te seguiré hasta el final por la escalera del viento
para rogarte por Dios que me hagas sitio en tus besos

y con las luces del alba antes que tú te despiertes
se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

y cuando todo se acabe y se hagan polvo las hadas
no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada

DESEO Pedro Guerra


Cuadro "La durmiente" de Tamara de Lempicka

Pintora nacida en Varsovia, Polonia, en 1898. Destacó por la belleza de sus retratos femeninos, estilo Art Decó. Fue una pintora muy importante en la Europa de los años 30. El arresto de su marido por los bolcheviques la convirtió en una especie de heroína. Después de rescatar a su esposo, viajó a Parísdonde residió y frecuentó los círculos artísticos e intelectuales. Se casó varias veces y fue amiga de Greta Garbo, Orson Welles, Tyrone Power y Rita Hayworth, entre otros. A la muerte de su segundo marido decidió abandonar éste país, yéndose a vivir a Cuernavaca (México), donde murió en 198o. Su hija Kizette cumplió el deseo de su madre y esparció las cenizas de ésta, desde un helicóptero, en el cráter del Popocatépetl.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La inquietud


Fotografía de Margrethe Mather and Edward Weston 1922 realizada por Imoge Cunningham

"El enmarañamiento, pues, si lo hay, es porque así se quiere; el mecanismo, si lo hay, es porque así se quiere; pero no soy yo quien lo quiere, sino la propia historia, los propios personajes. Se deja ver, en efecto, enseguida: muchas veces se prepara con toda la intención y se muestra en el acto mismo de prepararlo y ponerlo en marcha: es la máscara para la representación; el juego de hacer cada uno un papel; lo que querríamos o deberíamos ser; lo que a los demás les parece que somos, mientras que lo que somos, en buena medida no lo sabemos ni siquiera nosotros; la burda, la inconsistente metáfora de nosotros mismos; el montaje, a menudo rocambolesco, que creamos en torno a nosotros o que los demás crean para nosotros: o sea, un verdadero mecanicismo, sí, dentro del cual cada individuo, porque así lo quiere -repito-, es su propia marioneta; hasta la patada final que acaba mandando por los aires todo el teatrillo."


Luigi Pirandello, El difunto Matías Pascal.


martes, 15 de diciembre de 2009

Imaginación en fuga



Tina Modotti fotografiada por Edwar Weston


Despertar y sentir que mi corazón da brincos, que choca contra mis costillas y retrocede hasta golpearse contra mi espalda. Saber que mi cabeza está hueca como el cuerpo de un maniquí que muestra su belleza anodina en un escaparate y disimulando la nada de su interior.

Se abre el telón de un nuevo día y las palabras se esconden bajo la cama. Flexiono las piernas y apoyo las rodillas desnudas en la madera. Levanto las sábanas blancas y acerco el rostro al suelo. Veo las zapatillas, de ellas salen un montón de palabras corriendo. Algunas se abrazan aterrorizadas. “Vacío” coge de la mano a “oscuridad” y la arrastra hasta detrás de una de las cuatro patas metálicas. “Inquietud” que teme a la soledad, corre y choca contra sus compañeras y con su torpeza provoca un sonido frío que tintinea y hace que “nerviosismo” que está algo más a la derecha, tenga que taparse los oídos para proteger sus tímpanos.

Mientras, en la pata contraria, dos palabras menores, inocentes y ajenas a lo que ocurre giran sobre el metal haciendo piruetas acrobáticas, puedo escuchar sus carcajadas, veo sus cuerpos caer y morir de risa.

Cojo las babuchas a las que mi padre gustaba llamar chanclos y las agito con el fin de cerciorarme de que no pisaré a ninguna de las criaturas verbales.

Colgada de la goma veo aferrarse con uñas y dientes a la palabra “imaginación”, me enerva. Agita sus largas y flacas piernas intentando no caer y morir aplastada. La observo con detenimiento y en un alarde de crueldad dejo que mi aliento la balancee, soplo y veo como sus faldas se alzan invisibles. “Imaginación” me mira con desprecio, mientras aprieta más y más sus finos dedos. Mantengo la zapatilla en alto y le sonrío lacónica. Me pregunto que haría Cocteau o Arlt en una situación similar, no es fácil tener a la imaginación en la suela del zapato.

El vecino extranjero comienza a martillear la pared con una cadencia constante. No sé si cuelga cuadros, descubre ladrillos o derriba muros pero los golpes se clavan en mi cerebro como un estilete lo haría en la carne de su víctima.

Como por arte de magia la palabra “silencio” salta sobre mí y me obliga a soltar la zapatilla, el fieltro gris cae e “imaginación” corre liberada y se pone a salvo. Me indigno. “Silencio” zarandea mi cabeza y atraviesa mi cara de derecha a izquierda y más tarde de izquierda a derecha. Se encuentra con la boca, con unos labios que en otro tiempo fueron carnosos y ahora muestran un gesto decaído, el retrato de mi tristeza custodiado por mis dientes. “Silencio” se crece en su afán de darme mi merecido y me clava sus garras hasta que me provoca el llanto. Cierro los ojos y abro los dientes. Entra a mi lengua y se instala en ella. Edifica una ciudad, una ciudad muda, rodeada por muros infranqueables. Coloca entre mis dientes el tronco de un árbol que saca de su chistera como si fuera un mago y baja por mi cara, deslizándose por mis pómulos. Siento el cosquilleo de su cuerpo 12 entre los dedos de mi mano. Con la boca abierta saboreo la corteza y reconozco el gusto del roble, la observo corretear bajo la cama, contonear su vestido Times Roman. Mi saliva comienza a gotear y dibuja un serpenteante río en el que las palabras infantiles se dan un baño. Las adultas han salido de sus escondrijos y se han reunido en grupos. “Silencio” busca a “imaginación” y no la encuentra, pregunta a sus compañeras. “Oscuridad” niega con su negra sombra. “Inquietud” intenta calmarse dando vueltas en círculo con su triciclo pero tiembla y pierde el equilibrio.

Después de una larga hora, “silencio” desiste, decaído y apático trepa como puede sobre mí, me recorre y se interna de nuevo en mi boca, le da una patada al tronco que cae cerrando la cueva y dándome en el dedo meñique de la mano derecha. Entra a su ciudad muda dispuesta a pasar los días de espera en mi lengua. Yo me incorporo y me siento en la cama, bajo ésta se escucha corretear a algunas palabras, a otras chapotear en el río. Coloco las zapatillas en los pies y me resigno.



martes, 1 de diciembre de 2009

Vacío y sin vida




Fotografía de Frantisek Drtikol

Las cortinas semicerradas del dormitorio dejaban entrar una luz lúgubre que rozaba la blanca piel de su esposa y la hacia brillar como una estrella fluorescente. Desde la puerta con la cabeza apoyada en la madera, aún con su uniforme de vigilante nocturno, él observaba tiernamente la escena, deleitándose en los movimientos de la respiración de su amada esposa.

El crujir de la madera hizo que la durmiente se moviera y sacara un brazo de entre las sábanas, que girara sobre si misma y abrazara el remolino de tela blanca. Con aquel movimiento esculpió la figura de otro cuerpo, otra figura dormida, claramente masculina, que surgió repentinamente de la nada.

Cerró con sigilo la puerta de la habitación y dio un paso atrás. Con parsimonia bajo las escaleras. Entró en la biblioteca y se sentó en su sillón de orejas. Durante unos minutos dejó pasear sus ojos por los libros que dormían en la estantería. Los sentidos parecían haberse evaporado, no apreciaba aquel olor a polvo que solía acompañar a sus letrados amigos, los incunables no le provocaban ninguna satisfacción. Se acercó al mueble bar y se puso un whisky y el líquido bajo por su garganta sin sabor alguno.
La ventana estaba abierta y las cortinas se agitaron violentamente y sin embargo un ambiente calmo parecía rodearle, como si estuviera atrapado en una pecera transparente que le aislaba de todo, incluso de si mismo. Supuso que era víctima del shock violento al que acababa de sobrevivir, no encontraba otra explicación a su insensibilidad tras el doloroso descubrimiento.
¿Por qué había algo más cruel que aquella traición?

Necesito darle una oportunidad a su vida, rememoró su visión y dudo de si mismo, tal vez había sido engañado por sus ojos, ¿habría imaginado la figura de aquel hombre abrazado por su esposa como imaginaba formas en las nubes que se hallaban en el cielo? No consiguió convencerse.

Dio cuerda a su memoria y poco a poco fue recordando todos los momentos felices que había pasado junto a ella y todos fueron apareciendo fríos y vacuos, nada parecía importarle ya. Los pensamientos correteaban de un lado a otro de su cerebro, del lóbulo derecho al izquierdo, del izquierdo al derecho, y rebotaban de uno a otro como en una partida de paddel contra si mismo.


¿Qué hacer?, pensó. ¿Debía subir las escaleras y despertarles?, ¿sobresaltar sus tranquilos sueños y hacerles caer en esa insensible pesadilla de la que parecía ser víctima?
No, ¿que sentido tenía?, no sería peor ver los ojos de ella marchitados por la culpa. Ver la cara del amante desafiándole ante ella, humillándole.
¿En que lugar quedaría él?, con el rostro cansado después de la dura jornada de trabajo, los ojos rodeados por inmensas bolsas de color violáceo y esa expresión tonta que seguro que aún no se había borrado del rostro.

No, debía acercarse sigilosamente y tapar el rostro de su enemigo con el cojín de flores del sillón de mimbre, ese que ella había bordado para él. Sería cuestión de unos minutos y después todo habría acabado. Escondería el cadáver bajo la cama. Cuando saliera el sol su esposa despertaría abrazada a él y ambos se mirarían a los ojos y guardarían silencio. Él entendería su sorpresa pero callaría, ese sería su secreto.
La idea se afianzó en su cabeza y le convenció.

Volvió a abrir la puerta de la habitación. Se quitó los zapatos y la ropa que dejó sobre el arcón. Buscó infructuosamente su pijama. Un leve movimiento de su esposa le hizo desistir, debía darse prisa si quería que todo fuera según lo había planeado.
Desnudo, tomó el cojín de flores y se acercó a la cama, con cuidado apartó la sabana de la cara del hombre y con espanto se descubrió en él, acostado en su cama, inerte, sin vida, con la boca entre abierta. Él era el amante, él su enemigo. El despertador digital parpadeo al cambiar de hora, descubrió entonces que era jueves, su día libre y sonrió.
El silencio se hizo más profundo y con claridad pudo escuchar una única respiración, la de su esposa, a quién miró.
Los primeros rayos de sol pronto cruzarían la habitación y encontrarían el rostro de ella y la despertarían del sueño para descubrirle su muerte, la muerte de su amado esposo.
Se sentó en la cama y se miró a si mismo, mientras esperaba que amaneciera.