jueves, 31 de diciembre de 2009

Un día de lluvia



La lluvia no cesaba y aunque sus pasos eran rápidos nada evitó que su pelo recogido en un moño se mojara. Entró para protegerse de la lluvia en la misma librería que la tarde anterior había visitado. Se acercó a las mismas estanterías que había ojeado y comenzó a buscar. Intentaba encontrar el título sugerente y onírico que el día anterior le había llevado a coger el libro que ahora buscaba.
No recordaba ninguna pista que pudiera acercarle a él. Tan sólo recordaba que el autor era argentino y amigo de Apollinare. Intentó rememorar y centrar su posición frente a las estanterías. Tal vez colocándose en el lugar oportuno la regresión y la búsqueda serían más sencillas. “¿Consejos para durmientes…?”, no. ¿Empezaba el nombre por la “i”?, tampoco.
Entonces una jovencita de unos 16 años la empujó y pidió disculpas después de hacerlo. Cogió la escalinata que permitía alcanzar los libros de la última balda y le dijo a su amiga que debía elegir entre dos libros. La chica bajó sosteniendo en la mano derecha un libro de Emily Brönte “Cumbres Borrascosas” mientras su amiga mantenía con ambas manos “Las olas” de Virginia Woolf.

- ¿Cuál?, preguntó la chica morena que había subido las escaleras.

Un señor con gabardina beige y de avanzada edad, que ojeaba libros cerca y había observado la situación se dirigió a las chicas e intentó ayudarlas a elegir.

- Mejor el de Virginia Woolf, respondió el caballero.

Las jóvenes le miraron recriminándole el atrevimiento. Era un desconocido y que le importaba a él, que libro iban a comprar. La chica morena le contestó molesta.

- No es para nosotras es para mi madre.

El señor atento, les advirtió que “Cumbres Borrascosas” era un libro muy conocido y que probablemente ya lo tendría o lo habría leído. Y les sugirió que lo compraran en bolsillo sería más económico.
La chica indignada le dijo que no, se trataba de un regalo y en ese caso siempre era mejor la tapa dura.

Al otro lado de la escena estaba ella, con el moño goteándole y distraída de su búsqueda. Pensó en lo que acababa de decir la joven y al mirarla creyó ver a la madre de ésta dándole ese consejo a su hija. Ese consejo que la ayudaría a guardar las apariencias y a quedar elegantemente en un mundo en el que aparentar es ya casi más importante que ser.
El señor se dio cuenta por el tono de la respuesta de la joven que estaba molestando y se calló. La chica del moño le observó mientras se movía lentamente para alejarse de aquella situación. Cuando el hombre pasó por su lado, ella cortésmente le dijo en voz baja.

- Yo también opino como usted.

El caballero hizo un ademán y espero a que las jovencitas se alejaran hacia la caja, después de haber depositado “Las olas” en su lugar correspondiente. La chica del moño pensó que tal vez si aquel hombre no hubiera dicho nada Virginia hubiera tenido alguna posibilidad de ser comprada y tal vez leída. El caballero se dirigió a ella y dijo:
- Las cosas han cambiado mucho. Los jóvenes ya no son como antes dijo refiriéndose a lo molestas que se habían sentido las chicas por sus palabras. Y continúo, el otro día les pregunté a mis alumnos si conocían a Simenon. De los treinta y cinco, ni uno había oído hablar de él. Después les pregunte si conocían a un tipo llamado Franco. Y todos respondieron contentos que sí.
- Que triste ¿verdad? dijo la chica del moño y añadió pero no crea que los de mi edad si lo conocen.

Los dos se miraron, guardaron silencio y cada uno siguió su camino, cada uno en su búsqueda particular de un libro. Minutos más tarde el caballero volvió junto a la chica del moño y le dijo:

- Veo que es usted una mujer interesada en la lectura. Si le gusta Muñoz Molina no se pierda su último libro. Para mí “El jinete polaco” es una de sus mejores novelas y éste último sigue el tono de aquel. Es esplendido.

La chica del moño goteante asintió y le vinieron a la cabeza “El dueño del secreto” y “En ausencia de Blanca”, aunque había leído algunos títulos más del maestro de Jaén. Antes de que el caballero se alejara nuevamente la chica del moño le preguntó:

- ¿Es usted profesor de literatura?
- No, por Dios. Soy profesor de derecho, de derecho financiero. Soy un rara avis, ya lo ve.

El caballero sonrío cortésmente y se alejó. La chica del moño siguió con su búsqueda un rato más y pronto se dio por vencida. Antes de salir de la librería buscó con la mirada al caballero que hablaba y reía con uno de los libreros. Cruzaron una última mirada y ella salió del local.
La lluvia había cesado y aunque el suelo estaba más gris que antes y el cielo más mojado, no pensó que no había encontrado el libro sino que esa búsqueda como su realidad misma había quedado en suspenso.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La durmiente


Te seguiré hasta el final te buscaré en todas partes
bajo la luz y la sombra en los dibujos del aire
te seguiré hasta el final te pediré de rodillas

que te desnudes amor te mostraré mis heridas

y con las luces del alba antes que tú te despiertes
se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

te seguiré hasta el final entre los musgos del bosque
te pediré tantas veces que hagamos nuestra la noche
te seguiré hasta el final con el tesón del acero
te buscaré por la lluvia para mojarme en tu beso

y con las luces del alba antes que tú te despiertes
se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

y cuando todo se acabe y se hagan polvo las hadas
no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada

te seguiré hasta el final por la escalera del viento
para rogarte por Dios que me hagas sitio en tus besos

y con las luces del alba antes que tú te despiertes
se hará ceniza el deseo me marcharé para siempre

y cuando todo se acabe y se hagan polvo las hadas
no habré sabido por qué me he vuelto loco por nada

DESEO Pedro Guerra


Cuadro "La durmiente" de Tamara de Lempicka

Pintora nacida en Varsovia, Polonia, en 1898. Destacó por la belleza de sus retratos femeninos, estilo Art Decó. Fue una pintora muy importante en la Europa de los años 30. El arresto de su marido por los bolcheviques la convirtió en una especie de heroína. Después de rescatar a su esposo, viajó a Parísdonde residió y frecuentó los círculos artísticos e intelectuales. Se casó varias veces y fue amiga de Greta Garbo, Orson Welles, Tyrone Power y Rita Hayworth, entre otros. A la muerte de su segundo marido decidió abandonar éste país, yéndose a vivir a Cuernavaca (México), donde murió en 198o. Su hija Kizette cumplió el deseo de su madre y esparció las cenizas de ésta, desde un helicóptero, en el cráter del Popocatépetl.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La inquietud


Fotografía de Margrethe Mather and Edward Weston 1922 realizada por Imoge Cunningham

"El enmarañamiento, pues, si lo hay, es porque así se quiere; el mecanismo, si lo hay, es porque así se quiere; pero no soy yo quien lo quiere, sino la propia historia, los propios personajes. Se deja ver, en efecto, enseguida: muchas veces se prepara con toda la intención y se muestra en el acto mismo de prepararlo y ponerlo en marcha: es la máscara para la representación; el juego de hacer cada uno un papel; lo que querríamos o deberíamos ser; lo que a los demás les parece que somos, mientras que lo que somos, en buena medida no lo sabemos ni siquiera nosotros; la burda, la inconsistente metáfora de nosotros mismos; el montaje, a menudo rocambolesco, que creamos en torno a nosotros o que los demás crean para nosotros: o sea, un verdadero mecanicismo, sí, dentro del cual cada individuo, porque así lo quiere -repito-, es su propia marioneta; hasta la patada final que acaba mandando por los aires todo el teatrillo."


Luigi Pirandello, El difunto Matías Pascal.


martes, 15 de diciembre de 2009

Imaginación en fuga



Tina Modotti fotografiada por Edwar Weston


Despertar y sentir que mi corazón da brincos, que choca contra mis costillas y retrocede hasta golpearse contra mi espalda. Saber que mi cabeza está hueca como el cuerpo de un maniquí que muestra su belleza anodina en un escaparate y disimulando la nada de su interior.

Se abre el telón de un nuevo día y las palabras se esconden bajo la cama. Flexiono las piernas y apoyo las rodillas desnudas en la madera. Levanto las sábanas blancas y acerco el rostro al suelo. Veo las zapatillas, de ellas salen un montón de palabras corriendo. Algunas se abrazan aterrorizadas. “Vacío” coge de la mano a “oscuridad” y la arrastra hasta detrás de una de las cuatro patas metálicas. “Inquietud” que teme a la soledad, corre y choca contra sus compañeras y con su torpeza provoca un sonido frío que tintinea y hace que “nerviosismo” que está algo más a la derecha, tenga que taparse los oídos para proteger sus tímpanos.

Mientras, en la pata contraria, dos palabras menores, inocentes y ajenas a lo que ocurre giran sobre el metal haciendo piruetas acrobáticas, puedo escuchar sus carcajadas, veo sus cuerpos caer y morir de risa.

Cojo las babuchas a las que mi padre gustaba llamar chanclos y las agito con el fin de cerciorarme de que no pisaré a ninguna de las criaturas verbales.

Colgada de la goma veo aferrarse con uñas y dientes a la palabra “imaginación”, me enerva. Agita sus largas y flacas piernas intentando no caer y morir aplastada. La observo con detenimiento y en un alarde de crueldad dejo que mi aliento la balancee, soplo y veo como sus faldas se alzan invisibles. “Imaginación” me mira con desprecio, mientras aprieta más y más sus finos dedos. Mantengo la zapatilla en alto y le sonrío lacónica. Me pregunto que haría Cocteau o Arlt en una situación similar, no es fácil tener a la imaginación en la suela del zapato.

El vecino extranjero comienza a martillear la pared con una cadencia constante. No sé si cuelga cuadros, descubre ladrillos o derriba muros pero los golpes se clavan en mi cerebro como un estilete lo haría en la carne de su víctima.

Como por arte de magia la palabra “silencio” salta sobre mí y me obliga a soltar la zapatilla, el fieltro gris cae e “imaginación” corre liberada y se pone a salvo. Me indigno. “Silencio” zarandea mi cabeza y atraviesa mi cara de derecha a izquierda y más tarde de izquierda a derecha. Se encuentra con la boca, con unos labios que en otro tiempo fueron carnosos y ahora muestran un gesto decaído, el retrato de mi tristeza custodiado por mis dientes. “Silencio” se crece en su afán de darme mi merecido y me clava sus garras hasta que me provoca el llanto. Cierro los ojos y abro los dientes. Entra a mi lengua y se instala en ella. Edifica una ciudad, una ciudad muda, rodeada por muros infranqueables. Coloca entre mis dientes el tronco de un árbol que saca de su chistera como si fuera un mago y baja por mi cara, deslizándose por mis pómulos. Siento el cosquilleo de su cuerpo 12 entre los dedos de mi mano. Con la boca abierta saboreo la corteza y reconozco el gusto del roble, la observo corretear bajo la cama, contonear su vestido Times Roman. Mi saliva comienza a gotear y dibuja un serpenteante río en el que las palabras infantiles se dan un baño. Las adultas han salido de sus escondrijos y se han reunido en grupos. “Silencio” busca a “imaginación” y no la encuentra, pregunta a sus compañeras. “Oscuridad” niega con su negra sombra. “Inquietud” intenta calmarse dando vueltas en círculo con su triciclo pero tiembla y pierde el equilibrio.

Después de una larga hora, “silencio” desiste, decaído y apático trepa como puede sobre mí, me recorre y se interna de nuevo en mi boca, le da una patada al tronco que cae cerrando la cueva y dándome en el dedo meñique de la mano derecha. Entra a su ciudad muda dispuesta a pasar los días de espera en mi lengua. Yo me incorporo y me siento en la cama, bajo ésta se escucha corretear a algunas palabras, a otras chapotear en el río. Coloco las zapatillas en los pies y me resigno.



martes, 1 de diciembre de 2009

Vacío y sin vida




Fotografía de Frantisek Drtikol

Las cortinas semicerradas del dormitorio dejaban entrar una luz lúgubre que rozaba la blanca piel de su esposa y la hacia brillar como una estrella fluorescente. Desde la puerta con la cabeza apoyada en la madera, aún con su uniforme de vigilante nocturno, él observaba tiernamente la escena, deleitándose en los movimientos de la respiración de su amada esposa.

El crujir de la madera hizo que la durmiente se moviera y sacara un brazo de entre las sábanas, que girara sobre si misma y abrazara el remolino de tela blanca. Con aquel movimiento esculpió la figura de otro cuerpo, otra figura dormida, claramente masculina, que surgió repentinamente de la nada.

Cerró con sigilo la puerta de la habitación y dio un paso atrás. Con parsimonia bajo las escaleras. Entró en la biblioteca y se sentó en su sillón de orejas. Durante unos minutos dejó pasear sus ojos por los libros que dormían en la estantería. Los sentidos parecían haberse evaporado, no apreciaba aquel olor a polvo que solía acompañar a sus letrados amigos, los incunables no le provocaban ninguna satisfacción. Se acercó al mueble bar y se puso un whisky y el líquido bajo por su garganta sin sabor alguno.
La ventana estaba abierta y las cortinas se agitaron violentamente y sin embargo un ambiente calmo parecía rodearle, como si estuviera atrapado en una pecera transparente que le aislaba de todo, incluso de si mismo. Supuso que era víctima del shock violento al que acababa de sobrevivir, no encontraba otra explicación a su insensibilidad tras el doloroso descubrimiento.
¿Por qué había algo más cruel que aquella traición?

Necesito darle una oportunidad a su vida, rememoró su visión y dudo de si mismo, tal vez había sido engañado por sus ojos, ¿habría imaginado la figura de aquel hombre abrazado por su esposa como imaginaba formas en las nubes que se hallaban en el cielo? No consiguió convencerse.

Dio cuerda a su memoria y poco a poco fue recordando todos los momentos felices que había pasado junto a ella y todos fueron apareciendo fríos y vacuos, nada parecía importarle ya. Los pensamientos correteaban de un lado a otro de su cerebro, del lóbulo derecho al izquierdo, del izquierdo al derecho, y rebotaban de uno a otro como en una partida de paddel contra si mismo.


¿Qué hacer?, pensó. ¿Debía subir las escaleras y despertarles?, ¿sobresaltar sus tranquilos sueños y hacerles caer en esa insensible pesadilla de la que parecía ser víctima?
No, ¿que sentido tenía?, no sería peor ver los ojos de ella marchitados por la culpa. Ver la cara del amante desafiándole ante ella, humillándole.
¿En que lugar quedaría él?, con el rostro cansado después de la dura jornada de trabajo, los ojos rodeados por inmensas bolsas de color violáceo y esa expresión tonta que seguro que aún no se había borrado del rostro.

No, debía acercarse sigilosamente y tapar el rostro de su enemigo con el cojín de flores del sillón de mimbre, ese que ella había bordado para él. Sería cuestión de unos minutos y después todo habría acabado. Escondería el cadáver bajo la cama. Cuando saliera el sol su esposa despertaría abrazada a él y ambos se mirarían a los ojos y guardarían silencio. Él entendería su sorpresa pero callaría, ese sería su secreto.
La idea se afianzó en su cabeza y le convenció.

Volvió a abrir la puerta de la habitación. Se quitó los zapatos y la ropa que dejó sobre el arcón. Buscó infructuosamente su pijama. Un leve movimiento de su esposa le hizo desistir, debía darse prisa si quería que todo fuera según lo había planeado.
Desnudo, tomó el cojín de flores y se acercó a la cama, con cuidado apartó la sabana de la cara del hombre y con espanto se descubrió en él, acostado en su cama, inerte, sin vida, con la boca entre abierta. Él era el amante, él su enemigo. El despertador digital parpadeo al cambiar de hora, descubrió entonces que era jueves, su día libre y sonrió.
El silencio se hizo más profundo y con claridad pudo escuchar una única respiración, la de su esposa, a quién miró.
Los primeros rayos de sol pronto cruzarían la habitación y encontrarían el rostro de ella y la despertarían del sueño para descubrirle su muerte, la muerte de su amado esposo.
Se sentó en la cama y se miró a si mismo, mientras esperaba que amaneciera.

martes, 10 de noviembre de 2009

Praha



Fotografía del Puente Carlos .Praga


" El camino verdadero pasa por una cuerda, que no está extendida en alto, sino sobre el suelo. Parece preparada más para hacer tropezar, que para que se siga su rumbo.
Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia. Interrupción prematura de un proceso ordenado, obstáculo artificial levantado al derredor de una realidad artificial.
A partir de cierto punto no hay retorno. Este es el punto que hay que alcanzar.
El poseer no existe, existe solamente el ser: ese ser que aspira hasta el último aliento, hasta la asfixia.
En un tiempo no podía comprender porqué no recibía respuesta a mi pregunta, hoy no puedo comprender como pude estar engañado hasta el extremo de preguntar. Pero no es que me engañase, preguntaba solamente.
Sólo temblor y palpitación fue su respuesta a la afirmación de que tal vez poseía pero no era.
"


Franz Kafka
Aforismos: Consideraciones acerca del pecado



Cartel de Alphonse Mucha

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Zena


"Me miraste con asombro. Yo te miré con todas mis fuerzas: “Reconóceme, ¡reconóceme de una vez!”, gritaba mi mirada, pero tus ojos me sonrieron cordiales e inconscientes. Me volviste a besar, pero no me reconociste. Me apresuré en llegar a la puerta porque sentía que acudían las lágrimas a mis ojos y no hacía falta que lo vieses. De tan impetuosamente como salí, en el recibidor por poco me choqué con Johann, tu sirviente. Con inmediata consideración y con su timidez característica, se echó hacia atrás, me abrió la puerta de un golpe para dejarme salir y entonces –en aquel segundo, ¿me oyes?- en el único segundo en que miré a aquel hombre envejecido, cuando le miré con los ojos llenos de lágrimas, de repente, se le iluminaron las pupilas. Sólo en un segundo, ¿me oyes?, en un segundo aquel viejo me reconoció, él, que no me había visto más desde que era una jovencita. Hubiese podido arrodillarme ante él por haberme reconocido y besarle las manos, pero sólo saqué los billetes de banco que me habías adjudicado y se los di."

"Carta de una desconocida".

Stefan Zweig





Fotografía de Sergey Loie

La conversación siempre aparecía cuando nos teníamos que despedir. A veces era en la parada del metro, otras mientras pagábamos los cafés en la barra pero siempre cuando llegaba el momento de decir adiós. Yo siempre lamentaba no poder hablar del tema más pausadamente. Me hubiera gustado reflexionar con ella las noticias que me daba de Lae, encajarlas antes de pronunciarme, pero era imposible. Zena con su apariencia de claridad y fortaleza, con su carácter seguro y su gran inteligencia se sentía confusa y sacaba aquel tema cuando estaba a punto de irse. Pensaba que su relación con Lae, aquella amiga común de la que yo nada sabía desde hacia tres años, tal vez más, la convertía de algún modo en culpable. Lae y yo habíamos construido durante algo más de cuatro años una intimidad infinita, que ambas creíamos indestructible y que el tiempo nos había demostrado falsa. El silencio se había instalado entre nosotras creando una escarcha infranqueable.
Zena estuvo mucho tiempo alejada de Lae por recelo. No se llamaban, no se encontraban casualmente, no se pensaban en la distancia. Sus vidas habían caído cada una a un lado del puente y habían pasado los inviernos, otoños, veranos y primaveras, sin que a penas se dieran cuenta. Hacía unos meses, tal vez medio año, había llegado el reencuentro. Zena había visitado a Lea en su negocio, un taller de ilustraciones de pájaros y fotografías de paisajes, había acudido a su casa y había conocido a su novia, una chica encantadora y tranquila según me la había definido. Una mujer sosegada que se había tragado un pedacito de vida. Lena se había mostrado muy agradecida por esa muestra de cariño y acogida que Zena le brindaba, a pesar de todo. Y ese a pesar de todo, lo había liberado en una conversación que como imagino había dirigido y orientado Zena.

Aquel día también estábamos a punto de despedirnos cuando ella dijo que hacía un par de tardes había visitado a Lae en su casa. Ella no estaba y la había recibido Elsa, acompañada de su madre. Zena me había dicho sorprendida que Lae vivía en la más absoluta cotidianeidad. Compartía casa con su suegra y con su madre que se había hecho un loft, cerca de la casa en la que vivía ella con Elsa. Las dos mujeres mayores ayudaban a Lea en el negocio y ella parecía feliz.

Zena había dicho que era una pena que Lea y yo nos hubiéramos perdido la una a la otra. No se refería a que el amor se hubiera evaporado sino a que no se hubiera transformado como tiene por costumbre hacer la energía. Y yo casi sin pensarlo había respondido que no me importaba que fuera así. Ya hacía mucho tiempo que me había acostumbrado a vivir sin ella. A penas aparecía ya en mis días, y casi menos en mis noches. Es cierto que algunos recuerdos me asaltaban de vez en cuando pero el tiempo había endurecido el polvo que sobre nuestra historia había ido cayendo y había formado una compacta capa que a estas alturas me daba pereza romper.

Zena miró el reloj y dijo que debía marcharse, el metro estaba a punto de partir. La vi meter el billete por la ranura y cruzar la valla metálica. Mientras se alejaba miré su espalda y seguí los pasos de sus zapatos. Pensé que deseaba romper con aquel conflicto que la visitaba cada vez que se ponía frente a Lea o frente a mí por separado y supe con certeza que ese tiempo había pasado.


Sola en casa releí un cuento que escribí para Lea hace muchos años y que recuerdo que provoco en ella un gracioso silencio. Uno de esos que le pican a una en la piel cuando lo sienten cerca. Se me encogió el corazón pensando en aquellos días de vida y lágrimas. Metí todos los recuerdos de Lea en una maleta y me tumbe en la cama sola. Por unos instantes creí volver a ser libre.


Fotografía de Sergey Loie

http://www.flickr.com/photos/34807938@NO6


lunes, 2 de noviembre de 2009

Nuestros muertos

Ilustración de Ana Juan


“Morir por ti era lo sencillo
- hasta el griego más simple puede hacerlo-
vivir, mi amor, era lo costoso,
y aún así yo te lo ofrezco.

El morir es bagatela,
pero el vivir incluye
una muerte multiforme,
sin el descanso de estar muerto.”


EMILI DICKINSON


Allí estaba, encima de una escalera, limpiando con un trapo la foto de mi abuela materna, fallecida cuando yo aún era una niña. Mis hermanas esperaban abajo, una sujetando los escalones metálicos que se estremecían con mis movimientos y la otra arreglando las flores que habíamos traído. Cada año desde niñas visitábamos a nuestros muertos, entonces, en nuestra infancia lo hacíamos con mi padre, que nos explicaba la genealogía de nuestros antepasados.

- Ese estaba casado con esa, que era hermana de la abuela y son los padres de ese y ese otro.
- ¿Y esa mujer papá?
- Esa es la bisabuela.

De todos ellos desconocíamos la historia, porque mi padre no hablaba demasiado de ello y ahora con el tiempo me doy cuenta de que hemos olvidamos también el parentesco, tan sólo podemos asegurar quienes son nuestros abuelos.

Rafaela la madre de mi madre había muerto siendo nosotras muy niñas. Según me han contado lloré desconsoladamente su pérdida. Lo hacía en sueños y por las mañanas, al despertar le pedía a Dios que si la tenía con él, como todos decían, la dejara bajar un rato del cielo para que yo la viera y pudiera abrazarla. Prometía que sería muy poco tiempo, el justo para besarla. Para mi madre fueron meses muy duros pues no sólo había perdido a la persona más importante de su vida sino que su hija lloraba constantemente y se empeñaba en enfadarse con Dios por no escuchar sus suplicas.

Desde abajo la lápida no parecía estar muy alta pero todo cambiaba desde arriba. Eran cuatro los pisos de nichos y la abuela estaba en el cuarto, lo que podríamos llamar el ático. Tal vez el vértigo era miedo a la proximidad de la muerte, pero era indudable que conforme uno se acercaba al último escalón se le aturdían los sentidos.
El cementerio era un inmenso laberinto de calles, secciones y números que cada año parecían moverse de lugar. La gente deambulaba con las flores para sus muertos intentando orientarse.

- Nos hemos pasado de calle.
- No, el año pasado fuimos por aquí, ¿no recuerdas la tumba de esa pareja con esa foto tan inmensa?
- Pero si la sección es la AH y ahí pone…

De la tumba de la abuela Rafaela íbamos a la tumba de mis abuelos paternos, Alberto y Concha. Por el camino siempre hablábamos de lo mismo, año tras año la conversación volvía a nosotras y se reproducía con exactitud. Nos perdíamos, volvíamos sobre nuestros pasos, dudábamos y finalmente dábamos con el lugar exacto. Casi siempre era la buena orientación de mi hermana la que con su brújula invisible nos acercaba a la familia fallecida.
La tumba de los abuelos estaba en el tercer piso, junto a la de cuatro jóvenes estudiantes nacionales y su profesor, caídos durante la guerra civil. Las lápidas formaban un mosaico, una cruz de mármol blanco custodiada por unos ángeles y normalmente, banderas de España adornaban las flores que sus conocidos les llevaban. El estudiante más viejo tenía 22 años y el más joven 18.

Puestas las flores y limpio el mármol gris de la lápida nos parábamos unos minutos a observar y seguíamos el camino. Nos cruzábamos con familias gitanas que habían sepultado en claveles a sus difuntos. Ellos si parecían ser conscientes de su visita pues la escenificaban como tal.
Solían llevar sillas plegables y se sentaban allí frente a sus familiares como si tomarán la fresca con ellos. Niños pequeños correteando, carros de bebés en los que críos de 12 o 14 años se sentaban a jugar con sus consolas. Eran curiosas nuestras diferencias.

Con el sol dándonos en la cara, recordábamos con intensidad a mi padre. Él era el que nos hacía aguardar bajo las tumbas unos instantes, eran los minutos de respeto que ofrecía a los muertos. Parecíamos meternos en su recuerdo poco a poco.

Y entonces llegaba el momento más difícil, el que nos transportaba a aquel 8 de febrero de 1993, que quedó suspendido en nuestras vidas y del que normalmente no hablábamos. Íbamos hacía la puerta de salida y buscábamos la sección AV, el primer nicho de la fila vertical 155. Y una vez allí, frente a su foto, en la que aparecía hinchado, el tiempo se detenía para las tres y paraba nuestro corazón. Aguantábamos las lágrimas como podíamos, no parecía que hubieran pasado tantos años. Ella mi hermana lamentaba que Papá no hubiera conocido a sus hijos. A mí una daga invisible me troceaba las entrañas jugando a convertirlas en un puzzle. Y la pequeña como ausente apretaba la rosa roja de plumas que días antes le había comprado al que lamentaba no haber podido decirle adiós.

viernes, 30 de octubre de 2009

Dónde está el camino



Fotografía Edward Weston


“Subí a la colina al salir la luna.

Juró que vendría por el camino del Sur.

Un gavilán oscuro levantó entre sus garras el sendero.”

Pablo Antonio Cuadra (Managua 1912)


Largas filas de hormigas






Otro descubrimiento ha sido Anne Julie Aubry es una artista francesa nacida en 1980. Es una joven Rebecca Dautremer. Además de pinturas e ilustraciones crea unos accesorios preciosos (colgantes, anillos, broches, espejos de mano…)


www.annejulie-art.com




Damas de ojos grandes







Caia Koopman es una californiana nacida en Livermore. Sus pinturas retratan mujeres lánguidas y sensibles que transmiten cierta melancolía onírica. Recuerdan a Mark Ryden por los redondos y expresivos ojos de sus protagonistas. Caia utiliza recurrentemente en sus trabajos pájaros, insectos y animales algo que le da un halo especial a lo que pinta.

La mayoría de sus ilustraciones han sido utilizadas en tablas de snowboard, skateboard, y wakeboard, deportes que parece ser que suele practicar y le fascinan.


www.caiadesign.com




martes, 20 de octubre de 2009

Madame


"Madame Tutli Putli" es el título de un cortometraje escrito y dirigido por los canadienses Chris Lavier y Maciek Szczerbowski. Los efectos especiales corren a cargo del pintor Jason Walker. Fue nominado a mejor corto de animación en los Oscars del 2008.

Además de la dirección, Chris y Maciek tienen otras facetas como la de animadores, escultores, artistas de collage, guionistas y directores artísticos, En 1997 fundaron Clyde Henry Productions, una productora con sede en Montreal especializada en multimedia, animación stop-motion y efectos visuales.

Lograron convertir “The Untold Tales of Yuri Gagarin”, una tira cómica publicada por la revista Vice en un cómic de culto.

Con "Madame Tutli Putli" han ganado premios:

Worldwide Short Film Festival of Toronto 2007-2008: Premio C.O.R.E. Digital Pictures al Mejor Cortometraje de Animación.

International Film Festival of Cannes 2007-2008: Petit Rail d'Or al Mejor Cortometraje.Canal + al Mejor Cortometraje.



sábado, 17 de octubre de 2009

Katharine




ILUSTRACIÓN DE IV ORLOV

Chris Marker cineasta, fotógrafo y escritor francés dijo en una de las cartas filmadas que le escribió a Medvedkin, después de la muerte de éste: " ¿Recuerdas que lloraste al ver cómo dos imágenes juntas podían tener sentido? Hoy la televisión inunda todo el mundo con imágenes sin sentido y ya nadie llora."


ESPECULADORES DEL CIELO

"Muy señores míos. Hace unos días el que hasta entonces era mi pareja, me entregó un folio impreso que dijo ser mi regalo de cumpleaños. En él, se me comunicaba, que una estrella había sido bautizada con mi nombre. Una enorme esfera de gas incandescente situada a billones de kilómetros de mí, se llamaba desde ese día como yo. Se me informaba que los nombres de todos los propietarios de estrellas eran registrados una única vez, lo cuál significaba que mi estrella era exclusivamente mía. Pueden imaginarse cuál fue mi dicha. Mi nombre figuraría en la bóveda de inscripciones y se anotaría en un libro archivado en las oficinas de la propiedad intelectual de los EEUU. Aquel folio iba acompañado de un mapa celeste que me ayudaría a encontrar las coordenadas astronómicas de mi propiedad y que además, gracias a un trazado científicamente exacto, me proporcionaría una perspectiva única del entorno de mi astro y me enseñaría a navegar por el cielo con mi telescopio. Hasta ahí todo iba bien pero esta mañana he descubierto que mi ex novio no compró una única estrella sino que compró lo que ustedes denominan “Kit estelar par de estrellas”. Lo que significa que él bautizó esa segunda estrella con su nombre, y que su propiedad va a estar junto a la mía para el resto de mi vida. Entenderán lo que supone para mí, mirar el cielo cada noche y darme de bruces con su estrella. No me gusta la idea de compartir mi pedazo de universo con él, el resto de mis días. Desearía que me informaran de que es exactamente lo que debo hacer para cambiar o devolver mi propiedad. Atentamente, Katharine.”


“Estimada Katharine, entendemos las razones que le llevan a sentirse así. ¿Quién no ha roto en alguna ocasión una relación sentimental y ha deseado borrar totalmente todas las huellas que ese amor, ahora transformado en desamor, han dejado? Debemos informarle que existe una cláusula en el contrato de compra venta de su kit que imposibilita la devolución de su estrella. Tampoco podría usted revenderla si lo deseara. Hace años existía esa opción, siempre y cuando usted se hiciera socia de nuestra empresa, pero estudios científicos nos han llevado a comprobar que desde el momento en el que una estrella es bautizada con el nombre de alguien, se establece entre ambos un vínculo íntimo imposible de romper. Dicho estudio hizo que nuestra empresa se viera obligada a eliminar la posibilidad de reventa. Lo que he de comunicarle es doloroso para todos, sabedores de su situación emocional actual, debemos decirle que usted ya no posee una estrella sino un agujero negro. Sus emociones han marcado de tal modo su propiedad, que el brillo estelar se ha apagado. Su estrella se ha enfriado y colapsado y es ahora un fenómeno muy especial. Procedo ha explicarle lo acontecido. El interior de la estrella ha sido aplastado y comprimido por el enorme peso del gas que la compone. La fuerza de la gravedad aumentó cuando usted y su pareja rompieron su relación, con lo cuál el núcleo o corazón de su astro se desvaneció. Nos vemos obligados a hacerle saber que tendremos que aislar su propiedad para proteger la del resto de nuestros clientes, levantaremos para ello enormes y consistentes muros que la aislaran. Debe saber que cualquier cosa que pase cerca de un agujero negro, incluso un rayo de luz es atraído, por aquél para no dejarlo escapar jamás. Un agujero negro es invisible y engulle todo aquello que encuentra a su paso. Lamentamos tener que comunicarle que ya es tarde para echarse atrás. Atentamente, Stelar Company.”

viernes, 16 de octubre de 2009

Historias perdidas


Ilustración de Sean Mackaoui


"Mirad no tengo rostro, lo que exhibo es la cara del instante" Edmond Jabès


En Melbourne, Australia a las 13:42 de un 16 de octubre, una madre espera la llegada del tren mientras mira a su bebé a través del tul azul claro que cubre el carrito.El niño adormecido mueve sus manitas y las mira con detenimiento. Observa con verdadera sorpresa los dedos y descubre que son suyos, entonces balbucea. Un hombre sentado junto a ella observa la escena con ternura.
El pitido del tren entra un poco antes que los vagones en la estación. La madre alertada por el sonido toma su bolso y se pone en pie, por unos segundos pierde de vista a su hijo. El carrito con el niño comienza a deslizarse por el andén y se acelera. Cuando la madre se da cuenta corre hacia el borde de la plataforma intentando parar la silla infantil antes de que caiga a la vía. El hombre mira impávido la situación. La mujer ve entrar el tren. Todo sucede muy rápido. El carrito se suspende en el aire por unos segundos y el bebé es arrollado por el convoy metálico. La madre deja caer el bolso al suelo. Alza las manos e intenta sujetarse la cabeza. El tiempo se ha detenido. Los viajeros miran horrorizados lo sucedido. El maquinista permanece paralizado por el horror. Aún no lo saben pero el niño saldrá indemne.

Ese mismo día unas horas antes, a las 11:15, en un barrio de Fort Collins, en el estado de Colorado, un niño de once años permanece dormido en el desván de su casa mientras sus padres, un cazador de tornados, adicto a participar en realities de todo tipo y su madre, una mujer que dice poder hablar con los muertos, ven la televisión. Los helicópteros de las cadenas televisivas de EEUU persiguen un extraño artefacto volador sin control y en el que dicen que hay atrapado un chico, cuyo nombre coincide con el del pequeño que dormita en el desván. Un globo aerostático con forma de platillo volante y una cesta vacía revolucionan por unas horas a varios países que siguen la noticia, no contrastada, con estupefacción.

Años más tarde, en un aeropuerto de Canadá, dos hombres adultos se encuentran sentados uno junto a otro observando a un par de niñas que de cuclillas juguetean inocentes con una mariposa. Uno el más viejo es el niño globo y el otro diez años y dos meses más joven, es el afortunado niño del tren. Se miran y se reconocen. Llevan años de un lado a otro del continente contando aquellos sucesos que por una suma de extrañas coincidencias les ha dado algo de lo que hablar al mundo.

El niño globo mira a su compañero con ternura, con la misma con la que aquel hombre sentado junto a su madre en el andén de la estación le miraba observarse las manos. El niño tren le devuelve la mirada pero rápido regresa a las páginas del libro que lee.

El niño globo que a los ojos de muchos es un mentiroso, el producto de un fraude, sonríe, deseando cambiarle su identidad. Piensa en la heroicidad de su compañero, tocado por la suerte del azar que le salvo la vida. Ambos han tenido que forjar sus historias con anécdotas, pero el niño globo sabe que nadie termina de creer las suyas y eso le provoca un dolor que le acompaña desde hace años. Un sufrimiento del que apenas se atreve a hablar y sabe que esa angustia, esa amargura y desconsuelo que viajan inseparables de él es lo único real de su existencia. El resto es como el aire que movía aquel globo, en cuya cesta no había más que vacío.

Unidos por un objetivo



Fotografía de Robert and Shana ParkeHarrison

"Mis fotografías cuentan historias de pérdida, de lucha humana y la exploración personal dentro de los paisajes marcados por la tecnología y el exceso de uno...(ellos) se esfuerzan con un metafórico y poético vínculo de laboriosas acciones, idiosincrasias rituales y extrañas y crudas máquinas dentro de cuentos acerca de nuestra experiencia moderna" Robert Parke

Robert y Shana son un matrimonio de fotógrafos que firman conjuntamente todas sus obras. Robert nació en Missouri en 1968 y su esposa en 1964 en Tulsa, Oklahoma, USA. Su libro "The Architect's Brother" es considerado uno de los diez mejores libros de fotografía del año 2000.

www.parkeharrison.com

viernes, 20 de febrero de 2009

El secreto de los niños




Fotografía de Loretta Lux.

Fotógrafa nacida en Dresden en 1969. Sus obras son un híbrido entre la pintura, la fotografía y el retoque digital. Estudió pintura en la Academia de Bellas Artes de Munich con Gerd Winner. En el año 2005 recibió el premio Infinity Award of art, que entrega el Centro internacional de fotografía de Nueva York.
Los retratos de esta artista alemana nos acercan a una realidad que recuerda al manierismo del pintor italiano, Angelo Bronzino (Florencia 1503-1572).


http://www.lorettalux.de/

jueves, 19 de febrero de 2009

Una tormenta





OBAYSCH. Primer hipopótamo del Zoo de Londres en Regent's Park, fotografiado por el Conde de Montizón en 1852.


“Siniestro delirio amar a una sombra”Alejandra Pizarnik


El viento hablaba un idioma incomprensible, se movía rápido entre las hojas doradas de aquel arce sicómoro, que ya quedaba atrás. La ventanilla del coche estaba abierta, yo misma había girado la manivela para bajar la luna. Albergaba la esperanza de que todos aquellos gritos que aún flotaban en el ambiente, chocando con las puertas, rebotando con la tapicería de los asientos y muriendo aplastados contra el volante, tuvieran alguna escapatoria.
Intente vaciar las palabras que se aferraban con uñas y dientes. Y las vi flotar transparentes y huecas. Las últimas sentencias cayeron pesadas. La carretera corrió tanto como pudo y en su frenética huida dejó un siniestro delirio. Kilómetros y kilómetros de desconsuelo. Una legua de dolor.
La sombra de un pájaro me miró con despecho. ¿Dónde estaba? ¿Qué me había llevado hasta allí? Las pesadillas y los medios sueños conquistaron las noches. Pensamientos plomizos y nubes cargadas de lágrimas se amontonaron en un cielo estrellado.
Empuje el cd y lo introduje en aquella ranura oscura que lo traduciría para mis oídos. La música adormece a los fantasmas, y las notas le descubren a uno que el paraíso no ha desaparecido sino que ha sido olvidado.
Chet Baker sopló melancólico la embocadura de su trompeta, para dar paso a su voz rasgada por las teclas del piano. Fue con “Almost blue” que comenzó la lluvia para nosotras, para mi sombra y para mí. Dicen que Chet era un tipo duro de verdad, y un terrible pesimista, siempre de mal humor y eso era lo que probablemente mi sombra pensaba de mí. En silencio recordé a Costello y a Diana Krall, unidos como nosotras por algo más que amor a la música. Ella al piano, con el pelo suelto. Él poniendo voz a su “casi azul”.
Me hubiera gustado romper aquel silencio pero no lo hice. Llegamos al pequeño hotel y entramos sin llamar. Ella oscura y enfadada. Yo funambulista, atravesando el fino hilo de acero, entre el corazón y la cordura.