viernes, 16 de octubre de 2009

Historias perdidas


Ilustración de Sean Mackaoui


"Mirad no tengo rostro, lo que exhibo es la cara del instante" Edmond Jabès


En Melbourne, Australia a las 13:42 de un 16 de octubre, una madre espera la llegada del tren mientras mira a su bebé a través del tul azul claro que cubre el carrito.El niño adormecido mueve sus manitas y las mira con detenimiento. Observa con verdadera sorpresa los dedos y descubre que son suyos, entonces balbucea. Un hombre sentado junto a ella observa la escena con ternura.
El pitido del tren entra un poco antes que los vagones en la estación. La madre alertada por el sonido toma su bolso y se pone en pie, por unos segundos pierde de vista a su hijo. El carrito con el niño comienza a deslizarse por el andén y se acelera. Cuando la madre se da cuenta corre hacia el borde de la plataforma intentando parar la silla infantil antes de que caiga a la vía. El hombre mira impávido la situación. La mujer ve entrar el tren. Todo sucede muy rápido. El carrito se suspende en el aire por unos segundos y el bebé es arrollado por el convoy metálico. La madre deja caer el bolso al suelo. Alza las manos e intenta sujetarse la cabeza. El tiempo se ha detenido. Los viajeros miran horrorizados lo sucedido. El maquinista permanece paralizado por el horror. Aún no lo saben pero el niño saldrá indemne.

Ese mismo día unas horas antes, a las 11:15, en un barrio de Fort Collins, en el estado de Colorado, un niño de once años permanece dormido en el desván de su casa mientras sus padres, un cazador de tornados, adicto a participar en realities de todo tipo y su madre, una mujer que dice poder hablar con los muertos, ven la televisión. Los helicópteros de las cadenas televisivas de EEUU persiguen un extraño artefacto volador sin control y en el que dicen que hay atrapado un chico, cuyo nombre coincide con el del pequeño que dormita en el desván. Un globo aerostático con forma de platillo volante y una cesta vacía revolucionan por unas horas a varios países que siguen la noticia, no contrastada, con estupefacción.

Años más tarde, en un aeropuerto de Canadá, dos hombres adultos se encuentran sentados uno junto a otro observando a un par de niñas que de cuclillas juguetean inocentes con una mariposa. Uno el más viejo es el niño globo y el otro diez años y dos meses más joven, es el afortunado niño del tren. Se miran y se reconocen. Llevan años de un lado a otro del continente contando aquellos sucesos que por una suma de extrañas coincidencias les ha dado algo de lo que hablar al mundo.

El niño globo mira a su compañero con ternura, con la misma con la que aquel hombre sentado junto a su madre en el andén de la estación le miraba observarse las manos. El niño tren le devuelve la mirada pero rápido regresa a las páginas del libro que lee.

El niño globo que a los ojos de muchos es un mentiroso, el producto de un fraude, sonríe, deseando cambiarle su identidad. Piensa en la heroicidad de su compañero, tocado por la suerte del azar que le salvo la vida. Ambos han tenido que forjar sus historias con anécdotas, pero el niño globo sabe que nadie termina de creer las suyas y eso le provoca un dolor que le acompaña desde hace años. Un sufrimiento del que apenas se atreve a hablar y sabe que esa angustia, esa amargura y desconsuelo que viajan inseparables de él es lo único real de su existencia. El resto es como el aire que movía aquel globo, en cuya cesta no había más que vacío.

2 comentarios:

Jobove - Reus dijo...

buen blog felicidades
un saludo desde Reus

la nada dijo...

Muchas gracias María