domingo, 26 de diciembre de 2010

Un tranvia llamado regreso


Ilustración de Adriá Fruitos


La casa luce oscura, siempre lo fue, pero ahora las bombillas, todas ellas de bajo consumo, la hacen aún más lúgubre. La lámpara del recibidor se ha fundido y entra a oscuras. Cargada con la mochila avanza hacia su habitación. El pasillo se ilumina lentamente y adquiere el aspecto de un corredor de hospital. Se le hace inevitable ver algunas imágenes del pasado circular por allí. Imágenes que como fotos antiguas la retrotraen a una época que no fue más feliz. Se cruza con un fantasma que pasa de largo sin tropezar con ella, se reconoce en él. Lleva el pelo más largo y es mucho más joven. El espectro lleva en las manos un libro y aunque lo intenta no consigue leer el título. Calcula la edad del espíritu e intuye que tal vez el autor puede ser García Márquez.

Entra a su habitación y deja la mochila sobre la cama. Mira a su alrededor, los mismos edredones, los mismos muebles, ahora desconchados en sus patas, como si hubieran sufrido una inundación emocional y la madrera se hubiera abierto como lo hacen las flores en primavera. Las paredes, los techos, todo ha envejecido. Se mira al espejo y este le devuelve una imagen ajada, la piel color sepia, patas de gallo y unas inmensas bolsas bajo los ojos.

Abre una ventana para respirar y se queda con el tirador en las manos. El frío invierno la despierta de su ensoñación y escucha un villancico que llega desde casa de sus vecinos. Eso la hace sonreír.

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